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lunes, 12 de diciembre de 2016
martes, 10 de diciembre de 2013
La felicidad en el nuevo Malestar en la cultura
La
felicidad en el nuevo Malestar en la cultura
Carlos Eduardo Bueno Vergara
Psicología 1
|
Pensar el malestar en la cultura en nuestro tiempo implica, dentro de sus múltiples variables, meditar sobre la felicidad, sus peligros y posibilidades.
Encontramos como Freud en
1930 plantea, casi con los postulados de una ética Nicomaquea. “¿qué fines y
propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta; qué esperan de
la vida, qué pretenden alcanzar en ella? Es difícil equivocar la respuesta:
aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de
serlo.”[1] Así pues la finalidad del
hombre es la felicidad y Freud en el malestar la define como un fenómeno episódico
que se da con cuando se satisface de una necesidad. Cabe plantearse entonces,
en nuestro tiempo ¿quién genera esas necesidades? que el hombre busca
satisfacer para tener episodios de júbilo.
Antes
que nada conviene decir que pareciera que la escritura sobre la felicidad en el
siglo XXI estuviera relegada a los “eruditos” autores de “auto-superación” los
cuales con títulos como “El camino para la felicidad interior” o “Aprenda
a ser feliz”, por nombrar algunos, “hablan mucho pero no dicen nada”[2] inundándonos de
literatura superflua que traen consigo fórmulas mágicas para alcanzar la
felicidad. De acuerdo a lo dicho, se hace necesario aclarar, que el presente
texto no busca circular por los senderos de tan “prestigiosa” literatura —“auto-ayuda”
— sino, más bien, retomar la idea de felicidad como algo profundamente filosófico, pues esto se
encuentra inscrito en las fronteras del buen vivir y por tanto es de carácter
reflexivo para el ser humano. Esto último fue planteado por Gustavo Bueno en El
mito de la felicidad al tomar como principio de felicidad las primeras líneas
que Séneca escribe en su De vita beata "Todos los hombres, hermano Galión,
quieren vivir felizmente”[3]
y luego al mostrar su proposición lógica inversa “todos el que no quiera vivir
felizmente, no es hombres” de acuerdo a esto, la felicidad se encuentra en la
propia definición de hombre y por estar en esta relación de ideas pertenece a
la filosofía.
En primer lugar empecemos por la cuestión ¿Qué es la felicidad? El más cándido de los nativos digitales no se inmutaría al definirla con dos carácteres, pues, en el trajín de su diario vivir —chat— cree expresarlo simbólicamente con unos dos puntos y un paréntesis :). Quizá sea esto una muestra del somero análisis que enfrentamos los nativos digitales en estos tiempos raudos. Asimismo se puede definir la idea de felicidad de acuerdo al verbo ser/estar, en expresiones como estar feliz (un estado), el sentirse feliz (un sentimiento) el ser feliz (la felicidad como nuestra razón de ser en la vida) siendo esta última la que nos interesa en el presente texto.
Debido a
lo viscoso que implica el pensarse la idea de felicidad, es necesario hacer un
pequeño ejercicio filológico de dicha palabra. En efecto, la felicidad que
expone el presente texto deviene de la cultura griega clásica; ésta idea se
desarrolló en una sociedad de carencia, austera, moderada por la agricultura y
la pesca, por ello una de la mayor riqueza era el tener herramientas con
que pescar o una tierra para sembrar.
De
acuerdo a éste contexto, cuentan los anales históricos que cuando un niño nacía
traía consigo un 'daímon' (δαίμων)
(dios) bueno y uno malo —no siendo éste el dualismo cristiano que conocemos del
bien y del mal— entonces se decía que aquel sujeto tenía un 'eudaímon' (ευδαιμον) (ευ) (bueno) (δαιμον) (dios)
cuando éste le regalaba o permitía que consiguiera bines externos, haciendo que
unos tengan más y otros tengan menos. Ser feliz, es pues, tener cosas que
satisfagan la existencia del cuerpo en una época de carencia. Luego el vocablo
(ευδαιμον) se llevó a lo abstracto se
convirtió en sustantivo y adquirió el sufijo 'ia' (ια) para denominar la 'eudaimonía'
(ευδαιμονια) (felicidad). Emilio Lledó lo dijo ya en uno de sus escritos “No
fue grande la sorpresa cuando, hace muchos años, estudiando la literatura
griega, descubrí que la felicidad se alimentaba de bienes materiales, por así decirlo,
y que ser feliz era, en el fondo, “tener más”, tener tierras, casa,
esclavos, ánforas, vestidos. Todo ello servía para asegurar la siempre
inestable y frágil existencia”.[4] Así pues la idea de
felicidad nace, aparentemente, en los objetos materiales.
Dado
lo anterior y con el riegos de caer en un anacronismo es curioso encontrar en el
símil entre el inicio de la idea antigua griega de felicidad y la moderna, la semejante
a la que encontramos entre un computador y un ordenador. Por otro lado preguntarse
por la felicidad en tiempos donde nos abruma el capital implica reconocer que
vivimos en una sociedad de consumo que ha permeado hasta el más recóndito lugar
de nuestras vidas. Pues como diría el poeta[5] “He prometido al
capital que adoraré su vil metal si a cambio me pone en la senda de la
prebenda” demostrando el valor agregado que le hemos dado a un vil metal,
llámese oro, plata, etc. Si esto se asocia con la idea ser feliz, como lo suele
creer, la felicidad al igual que éste metal no será más que una ilusión.
De
acuerdo a lo dicho, la legitimación del tener es dada por los medios masivos de
comunicación e información, a través de la publicidad la cual se encuentra en
simbiosis con la propaganda. Pues su función más que mostrar o exhibir un
producto, lo que busca es influir en la actitud de un consumidor en potencia. Además
La publi-propaganda se ha apropian del discurso, decidiendo cual es el ideal de
moda, belleza y felicidad a seguir nos sumergen en un estado inauténtico
pensado y legitimado para el ser humano sin que éste se dé cuenta de ello.
De
acuerdo a lo anterior nos encontramos frente a una felicidad inducida, aquella
que vinculó la idea de éxito con la idea de felicidad. No es gratuito que Miguel
Mateos en el 86 afirmara en su canción “Cuando seas grande”: “estoy casi
condenado, a tener éxito para no ser un perro fracasado” y además que en la idiosincrasia colombiana existe la consigna, que se desean "éxitos, porque la suerte es para el mediocre". Dicha afirmación niega que el mundo esté compuesto de
azar, de desorden, de caos; encontramos en disciplinas como la física, la termodinámica
que pretende organizar el azar con la entropía; la mecánica reconoce el
desorden molecular de una sustancia y la informática lo toma como una media de
duda dada en un conglomerado de mensajes. En últimas a las entidades
reguladoras no le es conveniente reconocer la tyche que invade nuestras vidas. Puesto que en su planteamiento, el
éxito pertenece, a los que están inmersos en el sistema dominante y sólo es posible,
si el azar está ausente.
Se
puede decir, por tanto, que el modus operandi de la felicidad inducida, no es,
un fin en sí mismo, es un acto derivado (de). Por ejemplo tomemos un
apasionado lector de literatura, no lo hace feliz el libro en cuanto libro que
tenga en sus manos, tampoco el leer sus hojas, sino, la sensación de júbilo
que le produce el ir sumergiéndose en su línea narrativa. Entonces
tenemos el libro y la lectura del libro como vehículos que permiten la
felicidad de un lector.
Fernando Mires señala que el
“malestar que es también aquel sentimiento que nos embarga cuando esos “límites”
nos limitan”[6]
y también no impide ser felices. Por su parte Freud se pregunta, en el Malestar en la cultura, sobre la
dificultad de ser feliz y señala tres fuentes del sufrimiento humano. 1)
la supremacía de
la Naturaleza, 2) la
caducidad de nuestro
propio cuerpo y 3)
la insuficiencia de nuestros métodos para regular las relaciones humanas en la
familia. Las dos últimas fuentes no han mutado tan vorazmente como la primera,
a saber: el hombre moderno como plantea Ortega, se ha erguido sobre la
naturaleza por medio de las técnicas modernas. Si bien en principio la techne, en los griegos, pertenecía a un
cosmos, a un orden que incluía tanto al hombre como a la naturaleza en un mismo
circulo. Hoy en día como lo avizoraba Heidegger en la pregunta sobre la técnica, existe una separación entre hombre y
naturaleza que se proyecta en pensar la naturaleza como materia prima, como
fuente de material para la construcción de objetos.
Sin
embargo la naturaleza con terremotos, tsunamis y tifones pareciere recordarnos
que dado que el hombre se ha erguido sobre ella, nunca podrá dominar todos sus
aspectos. No obstante, en este caso se cumple una de las premisas principales
del malestar, la cual señala “que el precio pagado por el progreso de la cultura
reside en la pérdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad.”[7] Así pues dicho domino de la naturaleza le genera al
hombre cierta culpa. Es así como aparecen los movimientos ecologistas que en
cuidado del medio ambiente; repudian como el hombre, en su afán por la producción en masa que le
exige el mercado, explota la naturaleza para satisfacer sus necesidades.
Freud
señala un camino para salir de esta culpa “Nuestra llamada cultura llevaría
gran parte de la culpa por la miseria que sufrimos, y podríamos ser mucho más
felices si la abandonásemos para retornar a condiciones de vida más primitivas”[8]. Sin embargo Mires nos
recuerda que “Puede hacer desear la barbarie cuando la cultura amenaza suprimir
las pulsiones; puede hacer desear la cultura cuando la barbarie amenaza con
desintegrar valores que se han probado como necesarios para la convivencia.[9]” Entonces nos queda la
pregunta ¿Qué tan dispuestos estamos, en pro de ser felices a deconstruir esos
valores que se hacen necesarios para el convivir?
[1] Sigmund, Freud. El malestar en la
cultura. Obras completas. tomo VIII, Biblioteca nueva, Madrid. pág. 3024
[3] Bueno,
Gustavo, El mito de la felicidad,
Ediciones B, Barcelona 2005. Pág. 22
[4] Lledó, Emilio. Elogio
de la infelicidad. Valladolid : Cuatro. ediciones, 2005. Pág 13
[5] En
la canción Usted me comprenda por Javier
Krahe
[6] Mires,
Fernando, El malestar en la barbarie. Nueva sociedad, caracas. Pág. 10
[7] Sigmund, Freud, op. cit.,
pág. 3053.
[8] Sigmund, Freud, op. cit.,
pág. 3024.
[9] Mires,
Fernando, op. cit., pág. 10.
viernes, 7 de junio de 2013
De las Ideas innatas en general
Ensayo Final
Asignatura: Racionalismo
Profesor: Andrés Felipe Ospina Serna
Presentado por: Carlos Eduardo Bueno
De las Ideas innatas en general.
La filosofía debería comenzar con un
volverse
hacia adentro de la propia mente
sobre sí misma.
Cottingham. Descartes
Hacia un concepto de idea innata en Descartes.
Descartes
afirma que algunas de nuestras ideas son innatas y mantiene en las Reglas para la dirección del espíritu
(de ahora en adelante Reglas) la teoría de que la ciencia debe basarse en
esencias simples conocidas a través de la intuición, puesto que “ninguna
ciencia puede obtenerse, sino mediante la intuición de la mente o la deducción”[1]
y además “sólo de las cosas puramente
simples y absolutas puede
tenerse experiencia cierta”[2].
A su
vez se encuentra una referencia, casi accidental, en la Tercera Meditación al concepto astronómico de sol como una idea
innata:
Hallo en mis dos ideas diferentes del Sol, una que parece
obtenida mediantes los sentidos, y que ha de incluirse entre las que tengo por
adventicia, y otra tomada de los
razonamientos astronómicos, es decir, de ciertas nociones innatas en mí.[3]
Lo anterior
refuerza la sospecha de su compromiso con algún tipo de teoría innatista aunque,
como plantea Cottingham[4],
surja de forma accidental y no a través de formulaciones explícitas. Desde el punto de vista de la metodología
científica surge la siguiente cuestión: en qué sentido piensa Descartes que
algunas, o todas, nuestras ideas científicas son independientes de la
experiencia.
En
cierto sentido es fácil decir qué es lo que no quiere decir Descartes con su
teoría innatista. No quiere decir que antes de que comience cualquier
aprendizaje haya, nociones, imágenes mentales e ideas acerca de Dios
implantadas por la naturaleza, en la mente humana. Pues como señala Juan Pedro
García del Campo a esta sugerencia, Descartes
responde en, las Notas dirigidas contra
un cierto programa, que considera tal teoría “patentemente absurda y falsa”.
Más explícitamente:
Nunca he escrito o pensado que tales ideas fueran reales,
o que fueran, de alguna forma no conocida, imágenes mentales distintas de la
facultad pensar; de hecho, más que ningún otro, me he opuesto a tal clase de
entidades escolásticas vacías, de tal modo que apenas soy capaz de contener la
risa cuando veo el caudal de evidencias que (nuestro oponente) ha acumulado
para probar que los niños no tienen en el seno materno una idea real de Dios,
como si esto fuera una espectacular refutación de mis teorías.[5]*
Este
punto se repite, según Cottingham[6],
de forma ambigua, en la obra de Descartes titulada Conversación con Burman, donde el autor afirma que no contamos con
evidencia alguna para creer que el niño tiene una idea real de Dios. Sería
imprudente mantener esta idea, ya que no tenemos ninguna evidencia relevante sobre ello. No parece probable
que así sea, ya que en la infancia la mente está tan sumergida en el cuerpo que
los únicos pensamientos que tiene son aquellos que son consecuencia de cómo se
afecta al cuerpo.
Esto
podría interpretarse, por una parte, como una puerta abierta a las ideas
innatas en el niño, con la precisión de que el niño está tan preocupado por
asuntos más mundanos que es incapaz de advertir sus ideas innatas. Sin embargo,
podríamos, por otra parte, interpretar este texto, (en caso de reflejar
fielmente la opinión de Descartes)
como una total ausencia de toma de posición respecto al tema de si las ideas
innatas son reales o potenciales. Incluso en el caso de que el niño tuviera
ideas innatas la posición de Descartes sería ésta: la principal diferencia
entre el adulto y el niño es que el pensamiento metódico y capacitado del
adulto puede hacer explícitas sus ideas innatas, mientras que la mente del niño
está sumergida en asuntos más primordiales e inmediatos.
Entonces
si Descartes no quiere decir que el niño tenga ideas reales (como la idea de
dios) en la mente, en el momento de su nacimiento, ¿qué pretende decir
cuando plantea que el hombre nace con la
capacidad de adquirir ideas? Esto parece ser todo lo que afirma cuando dice que
“Nunca he escrito o creído que la mente necesite ideas en el sentido de algo
distinto de su capacidad de pensar”[7]
Un
aspecto que constituye el grueso de la teoría, que es parte de la hipótesis del
innatismo, es que las ideas no pueden reducirse a los estímulos sensoriales que
las causan o a los estados cerebrales que las acompañan. Sin embargo existe
cierta ambigüedad en su teoría de las ideas, más precisamente en lo que se
refiere a considerar que las ideas tienen como causa la estimulación sensorial
y al referirse como ideas a las huellas cerebrales que resultan de tales
estímulos. Puesto que “toda sensación una percepción de algún
movimiento del cuerpo,
sin embargo, no
deja de ser
una acción de la mente; así, la sensación no precisa ninguna especie
intencional y no reside en los sentidos externos, sino en el cerebro”[8]. Una
vez que acepta la inexplicable relación causal entre la estimulación sensorial
y la aparición de ideas apropiadas en la mente, Descartes pretende aclarar el
status especial de estas ideas frente a sus causas y por ello llama a todas las
ideas de la mente innatas.
El
argumento de esta postura es el siguiente:
Cualquiera que advierta rectamente hasta dónde se
extiende nuestra facultad de sentir y qué es lo que de ellos puede llegar a
nuestra facultad de pensar, debe reconocer que ninguna de las ideas de las
cosas, cual las formamos por el pensamiento, ha sido presentada en nosotros por
ellas; de modo quenada hay en nuestras ideas que no sea innato a la mente o a
la facultad de pensar, excluidas sólo estas circunstancias que respectan a la
experiencia[9]
El
argumento puede resumirse del siguiente modo: Está claro que hay unas
condiciones especificables, bajo las cuales, una idea es provocada en la mente
humana por estímulos extra-mentales, aunque lo que se transmite del estímulo
exterior no es más que una perturbación física de los nervios. Las entidades
mentales, como las ideas, tienen una naturaleza distinta de los patrones
físicos que las acompañan, por lo tanto, incluso aquellas ideas que son
provocadas por estímulos extra-mentales y se encuentran correlacionadas con
ellos, son innatas, en el sentido de que son irreducibles al tipo de realidad
que las provoca en la mente:
Nada alcanza nuestras mentes desde los objetos externos a
través de los órganos de los sentidos, excepto algunos signos corporales... (Las
ideas) no tienen ninguna similitud con los signos corporales.... por lo tanto
se sigue que las ideas de estos signos y representaciones son innatas en
nosotros.[10]
Esta
irreductibilidad del significado de innato se designará a partir de ahora como
“innato irreductible”. Pues bien para Descartes el innatismo irreductible de
las ideas se sigue de una serie de consideraciones acerca de la inmaterialidad
de la mente, la universalidad de los conceptos en oposición a las imágenes y la
perfección de los conceptos comparada con los ejemplos imperfectos de los
mismos que se encuentran en la realidad física. Es importante recalcar, como sostiene
Cottingham,
respecto al innatismo irreductible: 1) que se aplica indiscriminadamente a
todas las ideas, y 2) que no es una tesis específicamente cartesiana, sino que
representa el innato por parte de Descartes de determinar la distinción entre
categorías conceptuales y no conceptuales, lo cual es consistente con el
dualismo[11].
Entre
las ideas innatas irreductibles, Descartes distingue aquellas que siendo
innatas son adquiridas o construidas. Entonces tenemos que a la subdivisión de
las ideas que llamamos innatas reductible se le agrega otro subgénero que se
denominará ideas innatas del intelecto. Descartes no proporciona más que algunas
indicaciones de lo que quiere decir con innato en este segundo sentido del
término.
Hay
tres categorías de ideas innatas restringidas.
a) aquellas
ideas que surgen en la mente como consecuencia de estímulos extra-mentales (es
decir, las ideas adquiridas)
b) aquellas
ideas que son construidas como resultado de la combinación de ideas simples. Este
proceso no precisa necesariamente el empleo de la imaginación y la memoria, dependiendo
del tipo de ideas que se combinen. Estas son las que llamamos ideas construidas
c) aquellas
ideas que se encuentran en el intelecto y que no pertenecen a ninguna de las
dos categorías anteriores. Estas son las ideas innatas del intelecto.
Esta
distinción la podemos encontrar en las Notas
dirigidas contra un cierto programa y en las Meditaciones:
Como advirtiera que en mí hay ciertos pensamientos que no
proceden de los objetos externos ni de la determinación de mi voluntad, sino de
la sola facultad de pensar que está en mí, para distinguir las ideas o nociones
que son formas de estos pensamientos, de aquellas que son sobrevenidas o hechas[12].
Y me parece que es necesario considerar aquí, sobre todo,
que hallo en mi innumerables ideas de algunas cosas que, si bien tal vez no
existan fuera de mí en ninguna parte, no obstante no se puede decir que no son
nada; y pese a que en cierta forma yo soy libre de pensarlas o no, no soy yo
quien las finjo, sino que poseen sus verdaderas e inmutables naturalezas. De
tal modo que, por ejemplo, cuando imagino un triángulo, pese a que tal vez
dicha figura no exista en ninguna parte fuera de mi pensamiento, ni nunca haya
existido, no obstante, hay una cierta naturaleza de esa figura, esto es, su
esencia o su forma, que es inmutable y eterna, que no ha sido fingida por mí, y
que es independiente de mi mente.[13]
Para
explicar con más profundidad la procedencia de estas ideas innatas del
intelecto, Descartes recurre a la idea de una existencia potencial que puede
ser llevada a cabo mediante las actividades propias del intelecto. Por supuesto
la noción de la potencialidad de tener ideas no es mucho más clara que la idea
del innatismo. Descartes explica que así como un pedazo de cera posee la
potencialidad de tener distintas imágenes impresas sobre él, la mente humana
tiene la potencialidad de tener distintas, ideas. Dado esto, puede decirse que
posee ideas innatas. Entonces, las ideas innatas, según esto, no son realmente
distintas de la mente misma, ya que la capacidad de tener ideas está incluida
en la definición de la mente humana. Descartes parece corroborar esta
conclusión cuando escribe que:
Las Ideas que no proceden de otro lugar que de nuestra
facultad de pensar, y, por tanto, como ella, innatas a nosotros, esto es,
existentes siempre en nosotros en potencia, pues ser en alguna facultad en
potencia no es ser en acto sino sólo en potencia, porque este nombre de
facultad no designa otra cosa que potencia[14].
Por
tanto, postular la existencia de ideas innatas es afirmar tan sólo que poseemos
la facultad de obtener ideas. Esta aclaración es muy escueta como para ser
aplicada a todas las ideas por su condición de innatas irreductibles, ya que
poseemos la capacidad o potencialidad de adquirir cualquiera de las tres
categorías de ideas antes mencionadas y esto las hace igualmente innatas.
Sin
embargo, en otros textos, encontramos la insinuación de que las ideas innatas
del intelecto son consecuencia de una disposición o propensión natural de la
mente humana para concebir una clase particular de ideas entre las muchas
posibles y de esta manera llevarlas a cabo independientemente de cualquier
agente extra-mental. Así, en las Notas
dirigidas contra un cierto programa, el innatismo de las ideas es descrito
como algo parecido al innatismo de una enfermedad a la cual se tiene una
propensión natural. Las ideas son innatas:
En el mismo sentido, decimos que la generosidad es innata
a algunas familias, y a otras alguna enfermedad como la gota o un cálculo, no
porque los niños de estas familias padezcan estas enfermedades en el útero
materno, sino porque nacen con cierta disposición o facultad para contraerlas[15].
Este
análisis del innatismo implica la simple posibilidad de tener ciertas ideas. Implica
que hay algo realmente presente en la mente humana que favorece el surgimiento
de las ideas innatas del intelecto, en el niño, cuando se cumplen unas
determinadas condiciones.
El
intento de aclarar este sentido de potencialidad lleva a Descartes a comparar
las ideas innatas del intelecto en el niño con la condición de un adulto él
cual tiene muchas ideas en las que no está pensando en un momento determinado.
Por ejemplo: una persona que ha ejercido sus facultades intelectuales durante
algún tiempo, ha tenido la experiencia de formular juicios, denegar
proposiciones, etc. Por lo tanto puede decirse que tiene las ideas innatas de
verdad, duda, certeza. Esto nos lleva a decir que el ejercicio de las
facultades cognitivas es por sí mismo suficiente para producir, en una mente
reflexiva, los conceptos de verdad, duda, etc. Estas ideas son innatas del
intelecto en el sentido de que no se derivan de ninguna experiencia sensorial.
Además la mente no tiene necesariamente que ser consciente de ellas en todo
momento y de una manera explícita. Lo que Descartes quiere decir cuando afirma
que tenemos ideas innatas del intelecto es que tenemos la propensión de generar
tales ideas espontáneamente en la mente como reflejo de nuestras actividades
intelectuales.
Todo
lo planteado hasta el momento indica que Descartes utiliza la palabra innato para
caracterizar dos aspectos distintos de las ideas. Todas las ideas son innatas y
ésta es una tesis metafísica sobre la irreductibilidad de las ideas
(intelectuales) a los estímulos físicos o estados cerebrales que frecuentemente
ocasionan su aparición en la menté, Entre las ideas innatas irreductibles
algunas son más independientes de la experiencia, en tanto que la mente puede
llegar a tenerlas como reflejo de su propia actividad intelectual o por
inferencia a partir de esos mismos reflejos. En este sentido, la idea de
verdad, duda o pensamiento son adquiridas, como lo es la idea de alma. Incluso
la idea de Dios es innata del intelecto, en el sentido de que puedo llegar a
tener la idea de ser perfecto como reflejo de mi propia imperfección:
No resulta extraños que Dios, al crearme, haya puesto tal
idea en mí, a fin de que fuese como la firma del artífice estampada en su obra;
y tampoco resulta indispensable que dicha firma sea lago diferente de la obra
en sí. Más bien, precisamente por ser Dios quien me hizo, en muy factible que
yo, de alguna manera, haya sido hecho a imagen y semejanza suyas, y que tal
semejanza, en la cual está contenida la idea de Dios, yo la perciba mediante la
misma facultad que me permite percibirme a mismo.[16]
Así,
pues, las anteriores afirmaciones buscan sostener que nacemos con la idea de
Dios en el mismo sentido en que nacemos con la idea de nosotros mismos. Como
reflejo de nuestras facultades mentales podemos generar la idea de un ser
pensante, igual que hace Descartes en las Meditaciones,
y por extensión podemos generar la idea de Dios. Lo que no podemos hacer es
percibir a Dios en el sentido en el que percibimos el calor, el frío o los
objetos físicos. El término innato del intelecto de Descartes es una manera de
señalar el status epistemológico especial de algunas de estas ideas.
[1] DESCARTES, Rene. Reglas para la dirección del espíritu, Alianza, Madrid 1995. Pág. 101
[2] Ibíd., p. 80
[3] DESCARTES, Rene. Meditaciones metafísicas, Panamericana, Bogotá 2008. Pág. 28
[4] COTTINGHAM, John. Descartes: filosofía cartesiana de la mente,
Universidad Nacional Autónoma de México, Mexico 1995. Pág. 218
[5] DESCARTES, Rene. Notae in programa, Texto no publicado realizado por Juan Pedro
García del Campo. Pág. 32 y Notae
programación quoddam de la Universidad de Nantes.
Pág. 11
*En la bibliografía se adjunta el link de la traducción
inédita al francés del texto latino “Notae programma quoddam“ también conocido
en español como “Notas dirigidas
contra un cierto programa”. Dicho link, por una brecha del lenguaje
(desconocimiento del idioma francés) está embebido por la aplicación de Google
translate del francés al español. Por último en lo que respecta a las citas
se encuentran apoyadas en la traducción
anteriormente mencionada y en los apuntes de Juan Pedro García. Es por ello que
en algunos casos la nota al pie está acompaña de dos referencias.
[9] Ibíd., p. 79
[12] DESCARTES,
Rene. Notae in programa, Ob. Cit. Pág. 77. y Notae programación quoddam, Ob. Cit. Pág. 11.
[13] DESCARTES,
Rene. Meditaciones metafísicas, Ob. Cit. Pág. 52.
[14] DESCARTES,
Rene. Notae in programa, Ob. Cit. p. 83.
[15] Ibíd., p. 77
[16] DESCARTES, Rene. Meditaciones
metafísicas, Ob. Cit. Pág. 39.
Bibliografía.
BARROSO,
Ana Gabriela. El racionalismo, El Cid
Editor 2012
COTTINGHAM,
John. Descartes: filosofía cartesiana de la mente, Universidad Nacional
Autónoma de México, Mexico 1995.
COTTINGHAM, John. The Cambridge companion to
Descartes, Cambridge, New York 1992.
DESCARTES,
Rene. Reglas para la dirección del espíritu, Alianza, Madrid 1995.
DESCARTES,
Rene. Meditaciones metafísicas, Panamericana, Bogotá 2008.
DESCARTES,
Rene. Notae in programa, Traducido por Juan Pedro García del Campo no publicado.
DESCARTES, Rene. Notae programación quoddam, de la Universidad
de Nantes.Disponible en internet: http://translate.googleusercontent.com/translate_c?depth=1&hl=es&prev=/search%3Fq%3Ddescartes%2Bnotae%2Bin%2Bprogramma%26client%3Dfirefox-a%26hs%3D3PU%26rls%3Dorg.mozilla:es-ES:official%26channel%3Drcs%26biw%3D1049%26bih%3D904&rurl=translate.google.com.co&sl=fr&u=http://www.caphi.univ-nantes.fr/IMG//pdf/Notae_in_programma.pdf&usg=ALkJrhgY1QnTtb33PrUTmjxIp4TolPUOeg
MALINOWSKI,
Syliane Autoconciencia y los límites de la razón: algunos problemas en la
teoría cartesiana de la intuición de uno mismo, Anuario de filosofía
Universidad autónoma de México. Junio 2008, vol.2 Disponible en internet: http://www.journals.unam.mx/index.php/afil/article/view/31541
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