La
felicidad en el nuevo Malestar en la cultura
Carlos Eduardo Bueno Vergara
Psicología 1
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Pensar el malestar en la cultura en nuestro tiempo implica, dentro de sus múltiples variables, meditar sobre la felicidad, sus peligros y posibilidades.
Encontramos como Freud en
1930 plantea, casi con los postulados de una ética Nicomaquea. “¿qué fines y
propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta; qué esperan de
la vida, qué pretenden alcanzar en ella? Es difícil equivocar la respuesta:
aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de
serlo.”[1] Así pues la finalidad del
hombre es la felicidad y Freud en el malestar la define como un fenómeno episódico
que se da con cuando se satisface de una necesidad. Cabe plantearse entonces,
en nuestro tiempo ¿quién genera esas necesidades? que el hombre busca
satisfacer para tener episodios de júbilo.
Antes
que nada conviene decir que pareciera que la escritura sobre la felicidad en el
siglo XXI estuviera relegada a los “eruditos” autores de “auto-superación” los
cuales con títulos como “El camino para la felicidad interior” o “Aprenda
a ser feliz”, por nombrar algunos, “hablan mucho pero no dicen nada”[2] inundándonos de
literatura superflua que traen consigo fórmulas mágicas para alcanzar la
felicidad. De acuerdo a lo dicho, se hace necesario aclarar, que el presente
texto no busca circular por los senderos de tan “prestigiosa” literatura —“auto-ayuda”
— sino, más bien, retomar la idea de felicidad como algo profundamente filosófico, pues esto se
encuentra inscrito en las fronteras del buen vivir y por tanto es de carácter
reflexivo para el ser humano. Esto último fue planteado por Gustavo Bueno en El
mito de la felicidad al tomar como principio de felicidad las primeras líneas
que Séneca escribe en su De vita beata "Todos los hombres, hermano Galión,
quieren vivir felizmente”[3]
y luego al mostrar su proposición lógica inversa “todos el que no quiera vivir
felizmente, no es hombres” de acuerdo a esto, la felicidad se encuentra en la
propia definición de hombre y por estar en esta relación de ideas pertenece a
la filosofía.
En primer lugar empecemos por la cuestión ¿Qué es la felicidad? El más cándido de los nativos digitales no se inmutaría al definirla con dos carácteres, pues, en el trajín de su diario vivir —chat— cree expresarlo simbólicamente con unos dos puntos y un paréntesis :). Quizá sea esto una muestra del somero análisis que enfrentamos los nativos digitales en estos tiempos raudos. Asimismo se puede definir la idea de felicidad de acuerdo al verbo ser/estar, en expresiones como estar feliz (un estado), el sentirse feliz (un sentimiento) el ser feliz (la felicidad como nuestra razón de ser en la vida) siendo esta última la que nos interesa en el presente texto.
Debido a
lo viscoso que implica el pensarse la idea de felicidad, es necesario hacer un
pequeño ejercicio filológico de dicha palabra. En efecto, la felicidad que
expone el presente texto deviene de la cultura griega clásica; ésta idea se
desarrolló en una sociedad de carencia, austera, moderada por la agricultura y
la pesca, por ello una de la mayor riqueza era el tener herramientas con
que pescar o una tierra para sembrar.
De
acuerdo a éste contexto, cuentan los anales históricos que cuando un niño nacía
traía consigo un 'daímon' (δαίμων)
(dios) bueno y uno malo —no siendo éste el dualismo cristiano que conocemos del
bien y del mal— entonces se decía que aquel sujeto tenía un 'eudaímon' (ευδαιμον) (ευ) (bueno) (δαιμον) (dios)
cuando éste le regalaba o permitía que consiguiera bines externos, haciendo que
unos tengan más y otros tengan menos. Ser feliz, es pues, tener cosas que
satisfagan la existencia del cuerpo en una época de carencia. Luego el vocablo
(ευδαιμον) se llevó a lo abstracto se
convirtió en sustantivo y adquirió el sufijo 'ia' (ια) para denominar la 'eudaimonía'
(ευδαιμονια) (felicidad). Emilio Lledó lo dijo ya en uno de sus escritos “No
fue grande la sorpresa cuando, hace muchos años, estudiando la literatura
griega, descubrí que la felicidad se alimentaba de bienes materiales, por así decirlo,
y que ser feliz era, en el fondo, “tener más”, tener tierras, casa,
esclavos, ánforas, vestidos. Todo ello servía para asegurar la siempre
inestable y frágil existencia”.[4] Así pues la idea de
felicidad nace, aparentemente, en los objetos materiales.
Dado
lo anterior y con el riegos de caer en un anacronismo es curioso encontrar en el
símil entre el inicio de la idea antigua griega de felicidad y la moderna, la semejante
a la que encontramos entre un computador y un ordenador. Por otro lado preguntarse
por la felicidad en tiempos donde nos abruma el capital implica reconocer que
vivimos en una sociedad de consumo que ha permeado hasta el más recóndito lugar
de nuestras vidas. Pues como diría el poeta[5] “He prometido al
capital que adoraré su vil metal si a cambio me pone en la senda de la
prebenda” demostrando el valor agregado que le hemos dado a un vil metal,
llámese oro, plata, etc. Si esto se asocia con la idea ser feliz, como lo suele
creer, la felicidad al igual que éste metal no será más que una ilusión.
De
acuerdo a lo dicho, la legitimación del tener es dada por los medios masivos de
comunicación e información, a través de la publicidad la cual se encuentra en
simbiosis con la propaganda. Pues su función más que mostrar o exhibir un
producto, lo que busca es influir en la actitud de un consumidor en potencia. Además
La publi-propaganda se ha apropian del discurso, decidiendo cual es el ideal de
moda, belleza y felicidad a seguir nos sumergen en un estado inauténtico
pensado y legitimado para el ser humano sin que éste se dé cuenta de ello.
De
acuerdo a lo anterior nos encontramos frente a una felicidad inducida, aquella
que vinculó la idea de éxito con la idea de felicidad. No es gratuito que Miguel
Mateos en el 86 afirmara en su canción “Cuando seas grande”: “estoy casi
condenado, a tener éxito para no ser un perro fracasado” y además que en la idiosincrasia colombiana existe la consigna, que se desean "éxitos, porque la suerte es para el mediocre". Dicha afirmación niega que el mundo esté compuesto de
azar, de desorden, de caos; encontramos en disciplinas como la física, la termodinámica
que pretende organizar el azar con la entropía; la mecánica reconoce el
desorden molecular de una sustancia y la informática lo toma como una media de
duda dada en un conglomerado de mensajes. En últimas a las entidades
reguladoras no le es conveniente reconocer la tyche que invade nuestras vidas. Puesto que en su planteamiento, el
éxito pertenece, a los que están inmersos en el sistema dominante y sólo es posible,
si el azar está ausente.
Se
puede decir, por tanto, que el modus operandi de la felicidad inducida, no es,
un fin en sí mismo, es un acto derivado (de). Por ejemplo tomemos un
apasionado lector de literatura, no lo hace feliz el libro en cuanto libro que
tenga en sus manos, tampoco el leer sus hojas, sino, la sensación de júbilo
que le produce el ir sumergiéndose en su línea narrativa. Entonces
tenemos el libro y la lectura del libro como vehículos que permiten la
felicidad de un lector.
Fernando Mires señala que el
“malestar que es también aquel sentimiento que nos embarga cuando esos “límites”
nos limitan”[6]
y también no impide ser felices. Por su parte Freud se pregunta, en el Malestar en la cultura, sobre la
dificultad de ser feliz y señala tres fuentes del sufrimiento humano. 1)
la supremacía de
la Naturaleza, 2) la
caducidad de nuestro
propio cuerpo y 3)
la insuficiencia de nuestros métodos para regular las relaciones humanas en la
familia. Las dos últimas fuentes no han mutado tan vorazmente como la primera,
a saber: el hombre moderno como plantea Ortega, se ha erguido sobre la
naturaleza por medio de las técnicas modernas. Si bien en principio la techne, en los griegos, pertenecía a un
cosmos, a un orden que incluía tanto al hombre como a la naturaleza en un mismo
circulo. Hoy en día como lo avizoraba Heidegger en la pregunta sobre la técnica, existe una separación entre hombre y
naturaleza que se proyecta en pensar la naturaleza como materia prima, como
fuente de material para la construcción de objetos.
Sin
embargo la naturaleza con terremotos, tsunamis y tifones pareciere recordarnos
que dado que el hombre se ha erguido sobre ella, nunca podrá dominar todos sus
aspectos. No obstante, en este caso se cumple una de las premisas principales
del malestar, la cual señala “que el precio pagado por el progreso de la cultura
reside en la pérdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad.”[7] Así pues dicho domino de la naturaleza le genera al
hombre cierta culpa. Es así como aparecen los movimientos ecologistas que en
cuidado del medio ambiente; repudian como el hombre, en su afán por la producción en masa que le
exige el mercado, explota la naturaleza para satisfacer sus necesidades.
Freud
señala un camino para salir de esta culpa “Nuestra llamada cultura llevaría
gran parte de la culpa por la miseria que sufrimos, y podríamos ser mucho más
felices si la abandonásemos para retornar a condiciones de vida más primitivas”[8]. Sin embargo Mires nos
recuerda que “Puede hacer desear la barbarie cuando la cultura amenaza suprimir
las pulsiones; puede hacer desear la cultura cuando la barbarie amenaza con
desintegrar valores que se han probado como necesarios para la convivencia.[9]” Entonces nos queda la
pregunta ¿Qué tan dispuestos estamos, en pro de ser felices a deconstruir esos
valores que se hacen necesarios para el convivir?
[1] Sigmund, Freud. El malestar en la
cultura. Obras completas. tomo VIII, Biblioteca nueva, Madrid. pág. 3024
[3] Bueno,
Gustavo, El mito de la felicidad,
Ediciones B, Barcelona 2005. Pág. 22
[4] Lledó, Emilio. Elogio
de la infelicidad. Valladolid : Cuatro. ediciones, 2005. Pág 13
[5] En
la canción Usted me comprenda por Javier
Krahe
[6] Mires,
Fernando, El malestar en la barbarie. Nueva sociedad, caracas. Pág. 10
[7] Sigmund, Freud, op. cit.,
pág. 3053.
[8] Sigmund, Freud, op. cit.,
pág. 3024.
[9] Mires,
Fernando, op. cit., pág. 10.