martes, 10 de diciembre de 2013

La felicidad en el nuevo Malestar en la cultura



La felicidad en el nuevo Malestar en la cultura
Carlos Eduardo Bueno Vergara
Psicología 1


La felicidad real siempre aparece escuálida  por comparación  con las compensaciones que ofrece la desdicha. Y. Naturalmente, la estabilidad no es, ni con mucho, tan espectacular como la inestabilidad. Estar satisfecho de todo no posee el encanto que supone mantener una lucha justa contra la infelicidad, ni el pintorequismo del combate contra la tentación o contra una  pasión  fatal  o  una  duda.  La  felicidad  nunca  tiene  grandeza.
Aldous Huxley. Un mundo feliz

 

Pensar el malestar en la cultura en nuestro tiempo implica, dentro de sus múltiples variables, meditar sobre la felicidad, sus peligros y posibilidades.
 
Encontramos como Freud en 1930 plantea, casi con los postulados de una ética Nicomaquea. “¿qué fines y propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta; qué esperan de la vida, qué pretenden alcanzar en ella? Es difícil equivocar la respuesta: aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo.”[1] Así pues la finalidad del hombre es la felicidad y Freud en el malestar la define como un fenómeno episódico que se da con cuando se satisface de una necesidad. Cabe plantearse entonces, en nuestro tiempo ¿quién genera esas necesidades? que el hombre busca satisfacer para tener episodios de júbilo.

Antes que nada conviene decir que pareciera que la escritura sobre la felicidad en el siglo XXI estuviera relegada a los “eruditos” autores de “auto-superación” los cuales con títulos como “El camino para la felicidad interior” o “Aprenda a ser feliz”, por nombrar algunos, “hablan mucho pero no dicen nada”[2] inundándonos de literatura superflua que traen consigo fórmulas mágicas para alcanzar la felicidad. De acuerdo a lo dicho, se hace necesario aclarar, que el presente texto no busca circular por los senderos de tan “prestigiosa” literatura —“auto-ayuda” — sino, más bien, retomar la idea de felicidad como algo  profundamente filosófico, pues esto se encuentra inscrito en las fronteras del buen vivir y por tanto es de carácter reflexivo para el ser humano. Esto último fue planteado por Gustavo Bueno en El mito de la felicidad al tomar como principio de felicidad las primeras líneas que Séneca escribe en su De vita beata "Todos los hombres, hermano Galión, quieren vivir felizmente”[3] y luego al mostrar su proposición lógica inversa “todos el que no quiera vivir felizmente, no es hombres” de acuerdo a esto, la felicidad se encuentra en la propia definición de hombre y por estar en esta relación de ideas pertenece a la filosofía.

En primer lugar empecemos por la cuestión ¿Qué es la felicidad? El más cándido de los nativos digitales no se inmutaría al definirla con dos carácteres, pues, en el trajín de su diario vivir —chat—  cree expresarlo simbólicamente con unos dos puntos y un paréntesis :). Quizá sea esto una muestra del somero análisis que enfrentamos los nativos digitales en estos tiempos raudos.  Asimismo se puede definir la idea de felicidad de acuerdo al verbo ser/estar, en expresiones como estar feliz (un estado), el sentirse feliz (un sentimiento) el ser feliz (la felicidad como nuestra razón de ser en la vida) siendo esta última la que nos interesa en el presente texto.
Debido a lo viscoso que implica el pensarse la idea de felicidad, es necesario hacer un pequeño ejercicio filológico de dicha palabra. En efecto, la felicidad que expone el presente texto deviene de la cultura griega clásica; ésta idea se desarrolló en una sociedad de carencia, austera, moderada por la agricultura y la pesca, por ello una de  la mayor riqueza era el tener herramientas con que pescar o una tierra para sembrar.
De acuerdo a éste contexto, cuentan los anales históricos que cuando un niño nacía traía consigo un  'daímon' (δαίμων) (dios) bueno y uno malo —no siendo éste el dualismo cristiano que conocemos del bien y del mal— entonces se decía que aquel sujeto tenía un 'eudaímon' (ευδαιμον) (ευ) (bueno) (δαιμον) (dios) cuando éste le regalaba o permitía que consiguiera bines externos, haciendo que unos tengan más y otros tengan menos. Ser feliz, es pues, tener cosas que satisfagan la existencia del cuerpo en una época de carencia. Luego el vocablo (ευδαιμον) se llevó a lo abstracto se convirtió en sustantivo y adquirió el sufijo 'ia' (ια) para denominar la 'eudaimonía' (ευδαιμονια) (felicidad). Emilio Lledó lo dijo ya en uno de sus escritos “No fue grande la sorpresa cuando, hace muchos años, estudiando la literatura griega, descubrí que la felicidad se alimentaba de bienes materiales, por así decirlo, y que ser feliz era, en el fondo,  “tener más”, tener tierras, casa, esclavos, ánforas, vestidos. Todo ello servía para asegurar la siempre inestable y frágil existencia”.[4] Así pues la idea de felicidad nace, aparentemente, en los objetos materiales.

Dado lo anterior y con el riegos de caer en un anacronismo es curioso encontrar en el símil entre el inicio de la idea antigua griega de felicidad y la moderna, la semejante a la que encontramos entre un computador y un ordenador. Por otro lado preguntarse por la felicidad en tiempos donde nos abruma el capital implica reconocer que vivimos en una sociedad de consumo que ha permeado hasta el más recóndito lugar de nuestras vidas. Pues como diría el poeta[5] “He prometido al capital que adoraré su vil metal si a cambio me pone en la senda de la prebenda” demostrando el valor agregado que le hemos dado a un vil metal, llámese oro, plata, etc. Si esto se asocia con la idea ser feliz, como lo suele creer, la felicidad al igual que éste metal no será más que una ilusión.

De acuerdo a lo dicho, la legitimación del tener es dada por los medios masivos de comunicación e información, a través de la publicidad la cual se encuentra en simbiosis con la propaganda. Pues su función más que mostrar o exhibir un producto, lo que busca es influir en la actitud de un consumidor en potencia. Además La publi-propaganda se ha apropian del discurso, decidiendo cual es el ideal de moda, belleza y felicidad a seguir nos sumergen en un estado inauténtico pensado y legitimado para el ser humano sin que éste se dé cuenta de ello.

De acuerdo a lo anterior nos encontramos frente a una felicidad inducida, aquella que vinculó la idea de éxito con la idea de felicidad. No es gratuito que Miguel Mateos en el 86 afirmara en su canción “Cuando seas grande”: “estoy casi condenado, a tener éxito para no ser un perro fracasado” y además que en la idiosincrasia colombiana existe la consigna, que se desean "éxitos, porque la suerte es para el mediocre". Dicha afirmación niega que el mundo esté compuesto de azar, de desorden, de caos; encontramos en disciplinas como la física, la termodinámica que pretende organizar el azar con la entropía; la mecánica reconoce el desorden molecular de una sustancia y la informática lo toma como una media de duda dada en un conglomerado de mensajes. En últimas a las entidades reguladoras no le es conveniente reconocer la tyche que invade nuestras vidas. Puesto que en su planteamiento, el éxito pertenece, a los que están inmersos en el sistema dominante y sólo es posible, si el azar está ausente.

Se puede decir, por tanto, que el modus operandi de la felicidad inducida, no es, un fin en sí mismo, es un acto derivado (de). Por ejemplo tomemos  un apasionado lector de literatura, no lo hace feliz el libro en cuanto libro que tenga en sus manos, tampoco el leer sus hojas, sino, la sensación de júbilo  que le produce el ir sumergiéndose en su línea narrativa. Entonces tenemos el libro y la lectura del libro como vehículos que permiten la felicidad de un lector.

Fernando Mires señala que el “malestar que es también aquel sentimiento que nos embarga cuando esos “límites” nos limitan”[6] y también no impide ser felices. Por su parte Freud se pregunta, en el Malestar en la cultura, sobre la dificultad de ser feliz y señala tres fuentes del sufrimiento humano. 1) la  supremacía  de  la  Naturaleza,  2) la  caducidad  de  nuestro  propio  cuerpo  y  3) la insuficiencia de nuestros métodos para regular las relaciones humanas en la familia. Las dos últimas fuentes no han mutado tan vorazmente como la primera, a saber: el hombre moderno como plantea Ortega, se ha erguido sobre la naturaleza por medio de las técnicas modernas. Si bien en principio la techne, en los griegos, pertenecía a un cosmos, a un orden que incluía tanto al hombre como a la naturaleza en un mismo circulo. Hoy en día como lo avizoraba Heidegger en la pregunta sobre la técnica, existe una separación entre hombre y naturaleza que se proyecta en pensar la naturaleza como materia prima, como fuente de material para la construcción de objetos.

Sin embargo la naturaleza con terremotos, tsunamis y tifones pareciere recordarnos que dado que el hombre se ha erguido sobre ella, nunca podrá dominar todos sus aspectos. No obstante, en este caso se cumple una de las premisas principales del malestar, la cual señala “que el precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad.”[7] Así pues  dicho domino de la naturaleza le genera al hombre cierta culpa. Es así como aparecen los movimientos ecologistas que en cuidado del medio ambiente; repudian como el hombre,  en su afán por la producción en masa que le exige el mercado, explota la naturaleza para satisfacer sus necesidades.

Freud señala un camino para salir de esta culpa “Nuestra llamada cultura llevaría gran parte de la culpa por la miseria que sufrimos, y podríamos ser mucho más felices si la abandonásemos para retornar a condiciones de vida más primitivas”[8]. Sin embargo Mires nos recuerda que “Puede hacer desear la barbarie cuando la cultura amenaza suprimir las pulsiones; puede hacer desear la cultura cuando la barbarie amenaza con desintegrar valores que se han probado como necesarios para la convivencia.[9]” Entonces nos queda la pregunta ¿Qué tan dispuestos estamos, en pro de ser felices a deconstruir esos valores que se hacen necesarios para el convivir?

 



[1] Sigmund, Freud. El malestar en la cultura. Obras completas. tomo VIII, Biblioteca nueva, Madrid. pág. 3024
[2] Sagan, Françoise Buenos días tristeza, Quinteto, Madrid 2003. Pág. 8
[3] Bueno, Gustavo, El mito de la felicidad, Ediciones B, Barcelona 2005. Pág. 22
[4] Lledó, Emilio. Elogio de la infelicidad. Valladolid : Cuatro. ediciones, 2005. Pág 13
[5] En la canción Usted me comprenda por Javier Krahe
[6] Mires, Fernando, El malestar en la barbarie. Nueva sociedad, caracas. Pág. 10
[7] Sigmund, Freud, op. cit., pág. 3053.
[8] Sigmund, Freud, op. cit., pág. 3024.
[9] Mires, Fernando, op. cit., pág. 10.

viernes, 7 de junio de 2013

De las Ideas innatas en general

Ensayo Final Asignatura: Racionalismo 
Profesor: Andrés Felipe Ospina Serna 
Presentado por: Carlos Eduardo Bueno 
 De las Ideas innatas en general. 
 La filosofía debería comenzar con un volverse 
hacia adentro de la propia mente sobre sí misma. 
Cottingham. Descartes  
 
Hacia un concepto de idea innata en Descartes.

Descartes afirma que algunas de nuestras ideas son innatas y mantiene en las Reglas para la dirección del espíritu (de ahora en adelante Reglas) la teoría de que la ciencia debe basarse en esencias simples conocidas a través de la intuición, puesto que “ninguna ciencia puede obtenerse, sino mediante la intuición de la mente o la deducción”[1] y además “sólo de las  cosas  puramente  simples  y absolutas  puede  tenerse experiencia cierta”[2]

A su vez se encuentra una referencia, casi accidental, en la Tercera Meditación al concepto astronómico de sol como una idea innata:

Hallo en mis dos ideas diferentes del Sol, una que parece obtenida mediantes los sentidos, y que ha de incluirse entre las que tengo por adventicia,  y otra tomada de los razonamientos astronómicos, es decir, de ciertas nociones innatas en mí.[3]

Lo anterior refuerza la sospecha de su compromiso con algún tipo de teoría innatista aunque, como plantea Cottingham[4], surja de forma accidental y no a través de formulaciones explícitas.  Desde el punto de vista de la metodología científica surge la siguiente cuestión: en qué sentido piensa Descartes que algunas, o todas, nuestras ideas científicas son independientes de la experiencia.

En cierto sentido es fácil decir qué es lo que no quiere decir Descartes con su teoría innatista. No quiere decir que antes de que comience cualquier aprendizaje haya, nociones, imágenes mentales e ideas acerca de Dios implantadas por la naturaleza, en la mente humana. Pues como señala Juan Pedro García del Campo a esta sugerencia, Descartes responde en, las Notas dirigidas contra un cierto programa, que considera tal teoría “patentemente absurda y falsa”. Más explícitamente:

Nunca he escrito o pensado que tales ideas fueran reales, o que fueran, de alguna forma no conocida, imágenes mentales distintas de la facultad pensar; de hecho, más que ningún otro, me he opuesto a tal clase de entidades escolásticas vacías, de tal modo que apenas soy capaz de contener la risa cuando veo el caudal de evidencias que (nuestro oponente) ha acumulado para probar que los niños no tienen en el seno materno una idea real de Dios, como si esto fuera una espectacular refutación de mis teorías.[5]*

Este punto se repite, según Cottingham[6], de forma ambigua, en la obra de Descartes titulada Conversación con Burman, donde el autor afirma que no contamos con evidencia alguna para creer que el niño tiene una idea real de Dios. Sería imprudente mantener esta idea, ya que no tenemos ninguna  evidencia relevante sobre ello. No parece probable que así sea, ya que en la infancia la mente está tan sumergida en el cuerpo que los únicos pensamientos que tiene son aquellos que son consecuencia de cómo se afecta al cuerpo.
Esto podría interpretarse, por una parte, como una puerta abierta a las ideas innatas en el niño, con la precisión de que el niño está tan preocupado por asuntos más mundanos que es incapaz de advertir sus ideas innatas. Sin embargo, podríamos, por otra parte, interpretar este texto, (en caso de reflejar fielmente la opinión de Descartes) como una total ausencia de toma de posición respecto al tema de si las ideas innatas son reales o potenciales. Incluso en el caso de que el niño tuviera ideas innatas la posición de Descartes sería ésta: la principal diferencia entre el adulto y el niño es que el pensamiento metódico y capacitado del adulto puede hacer explícitas sus ideas innatas, mientras que la mente del niño está sumergida en asuntos más primordiales e inmediatos. 

Entonces si Descartes no quiere decir que el niño tenga ideas reales (como la idea de dios) en la mente, en el momento de su nacimiento, ¿qué pretende decir cuando  plantea que el hombre nace con la capacidad de adquirir ideas? Esto parece ser todo lo que afirma cuando dice que “Nunca he escrito o creído que la mente necesite ideas en el sentido de algo distinto de su capacidad de pensar”[7]

Un aspecto que constituye el grueso de la teoría, que es parte de la hipótesis del innatismo, es que las ideas no pueden reducirse a los estímulos sensoriales que las causan o a los estados cerebrales que las acompañan. Sin embargo existe cierta ambigüedad en su teoría de las ideas, más precisamente en lo que se refiere a considerar que las ideas tienen como causa la estimulación sensorial y al referirse como ideas a las huellas cerebrales que resultan de tales estímulos. Puesto que “toda sensación una percepción de  algún  movimiento  del  cuerpo,  sin  embargo,  no  deja  de  ser  una acción de la mente; así, la sensación no precisa ninguna especie intencional y no reside en los sentidos externos, sino en el cerebro”[8]. Una vez que acepta la inexplicable relación causal entre la estimulación sensorial y la aparición de ideas apropiadas en la mente, Descartes pretende aclarar el status especial de estas ideas frente a sus causas y por ello llama a todas las ideas de la mente innatas.
El argumento de esta postura es el siguiente:

Cualquiera que advierta rectamente hasta dónde se extiende nuestra facultad de sentir y qué es lo que de ellos puede llegar a nuestra facultad de pensar, debe reconocer que ninguna de las ideas de las cosas, cual las formamos por el pensamiento, ha sido presentada en nosotros por ellas; de modo quenada hay en nuestras ideas que no sea innato a la mente o a la facultad de pensar, excluidas sólo estas circunstancias que respectan a la experiencia[9]

El argumento puede resumirse del siguiente modo: Está claro que hay unas condiciones especificables, bajo las cuales, una idea es provocada en la mente humana por estímulos extra-mentales, aunque lo que se transmite del estímulo exterior no es más que una perturbación física de los nervios. Las entidades mentales, como las ideas, tienen una naturaleza distinta de los patrones físicos que las acompañan, por lo tanto, incluso aquellas ideas que son provocadas por estímulos extra-mentales y se encuentran correlacionadas con ellos, son innatas, en el sentido de que son irreducibles al tipo de realidad que las provoca en la mente:

Nada alcanza nuestras mentes desde los objetos externos a través de los órganos de los sentidos, excepto algunos signos corporales... (Las ideas) no tienen ninguna similitud con los signos corporales.... por lo tanto se sigue que las ideas de estos signos y representaciones son innatas en nosotros.[10]

Esta irreductibilidad del significado de innato se designará a partir de ahora como “innato irreductible”. Pues bien para Descartes el innatismo irreductible de las ideas se sigue de una serie de consideraciones acerca de la inmaterialidad de la mente, la universalidad de los conceptos en oposición a las imágenes y la perfección de los conceptos comparada con los ejemplos imperfectos de los mismos que se encuentran en la realidad física. Es importante recalcar, como sostiene Cottingham, respecto al innatismo irreductible: 1) que se aplica indiscriminadamente a todas las ideas, y 2) que no es una tesis específicamente cartesiana, sino que representa el innato por parte de Descartes de determinar la distinción entre categorías conceptuales y no conceptuales, lo cual es consistente con el dualismo[11].

Entre las ideas innatas irreductibles, Descartes distingue aquellas que siendo innatas son adquiridas o construidas. Entonces tenemos que a la subdivisión de las ideas que llamamos innatas reductible se le agrega otro subgénero que se denominará ideas innatas del intelecto. Descartes no proporciona más que algunas indicaciones de lo que quiere decir con innato en este segundo sentido del término.  

Hay tres categorías de ideas innatas restringidas.

a) aquellas ideas que surgen en la mente como consecuencia de estímulos extra-mentales (es decir, las ideas adquiridas)
b) aquellas ideas que son construidas como resultado de la combinación de ideas simples. Este proceso no precisa necesariamente el empleo de la imaginación y la memoria, dependiendo del tipo de ideas que se combinen. Estas son las que llamamos ideas construidas
c) aquellas ideas que se encuentran en el intelecto y que no pertenecen a ninguna de las dos categorías anteriores. Estas son las ideas innatas del intelecto.
Esta distinción la podemos encontrar en las Notas dirigidas contra un cierto programa y en las Meditaciones:

Como advirtiera que en mí hay ciertos pensamientos que no proceden de los objetos externos ni de la determinación de mi voluntad, sino de la sola facultad de pensar que está en mí, para distinguir las ideas o nociones que son formas de estos pensamientos, de aquellas que son sobrevenidas o hechas[12].
Y me parece que es necesario considerar aquí, sobre todo, que hallo en mi innumerables ideas de algunas cosas que, si bien tal vez no existan fuera de mí en ninguna parte, no obstante no se puede decir que no son nada; y pese a que en cierta forma yo soy libre de pensarlas o no, no soy yo quien las finjo, sino que poseen sus verdaderas e inmutables naturalezas. De tal modo que, por ejemplo, cuando imagino un triángulo, pese a que tal vez dicha figura no exista en ninguna parte fuera de mi pensamiento, ni nunca haya existido, no obstante, hay una cierta naturaleza de esa figura, esto es, su esencia o su forma, que es inmutable y eterna, que no ha sido fingida por mí, y que es independiente de mi mente.[13]

Para explicar con más profundidad la procedencia de estas ideas innatas del intelecto, Descartes recurre a la idea de una existencia potencial que puede ser llevada a cabo mediante las actividades propias del intelecto. Por supuesto la noción de la potencialidad de tener ideas no es mucho más clara que la idea del innatismo. Descartes explica que así como un pedazo de cera posee la potencialidad de tener distintas imágenes impresas sobre él, la mente humana tiene la potencialidad de tener distintas, ideas. Dado esto, puede decirse que posee ideas innatas. Entonces, las ideas innatas, según esto, no son realmente distintas de la mente misma, ya que la capacidad de tener ideas está incluida en la definición de la mente humana. Descartes parece corroborar esta conclusión cuando escribe que:

Las Ideas que no proceden de otro lugar que de nuestra facultad de pensar, y, por tanto, como ella, innatas a nosotros, esto es, existentes siempre en nosotros en potencia, pues ser en alguna facultad en potencia no es ser en acto sino sólo en potencia, porque este nombre de facultad no designa otra cosa que potencia[14].

Por tanto, postular la existencia de ideas innatas es afirmar tan sólo que poseemos la facultad de obtener ideas. Esta aclaración es muy escueta como para ser aplicada a todas las ideas por su condición de innatas irreductibles, ya que poseemos la capacidad o potencialidad de adquirir cualquiera de las tres categorías de ideas antes mencionadas y esto las hace igualmente innatas.

Sin embargo, en otros textos, encontramos la insinuación de que las ideas innatas del intelecto son consecuencia de una disposición o propensión natural de la mente humana para concebir una clase particular de ideas entre las muchas posibles y de esta manera llevarlas a cabo independientemente de cualquier agente extra-mental. Así, en las Notas dirigidas contra un cierto programa, el innatismo de las ideas es descrito como algo parecido al innatismo de una enfermedad a la cual se tiene una propensión natural. Las ideas son innatas: 
En el mismo sentido, decimos que la generosidad es innata a algunas familias, y a otras alguna enfermedad como la gota o un cálculo, no porque los niños de estas familias padezcan estas enfermedades en el útero materno, sino porque nacen con cierta disposición o facultad para contraerlas[15].

Este análisis del innatismo implica la simple posibilidad de tener ciertas ideas. Implica que hay algo realmente presente en la mente humana que favorece el surgimiento de las ideas innatas del intelecto, en el niño, cuando se cumplen unas determinadas condiciones.

El intento de aclarar este sentido de potencialidad lleva a Descartes a comparar las ideas innatas del intelecto en el niño con la condición de un adulto él cual tiene muchas ideas en las que no está pensando en un momento determinado. Por ejemplo: una persona que ha ejercido sus facultades intelectuales durante algún tiempo, ha tenido la experiencia de formular juicios, denegar proposiciones, etc. Por lo tanto puede decirse que tiene las ideas innatas de verdad, duda, certeza. Esto nos lleva a decir que el ejercicio de las facultades cognitivas es por sí mismo suficiente para producir, en una mente reflexiva, los conceptos de verdad, duda, etc. Estas ideas son innatas del intelecto en el sentido de que no se derivan de ninguna experiencia sensorial. Además la mente no tiene necesariamente que ser consciente de ellas en todo momento y de una manera explícita. Lo que Descartes quiere decir cuando afirma que tenemos ideas innatas del intelecto es que tenemos la propensión de generar tales ideas espontáneamente en la mente como reflejo de nuestras actividades intelectuales.

Todo lo planteado hasta el momento indica que Descartes utiliza la palabra innato para caracterizar dos aspectos distintos de las ideas. Todas las ideas son innatas y ésta es una tesis metafísica sobre la irreductibilidad de las ideas (intelectuales) a los estímulos físicos o estados cerebrales que frecuentemente ocasionan su aparición en la menté, Entre las ideas innatas irreductibles algunas son más independientes de la experiencia, en tanto que la mente puede llegar a tenerlas como reflejo de su propia actividad intelectual o por inferencia a partir de esos mismos reflejos. En este sentido, la idea de verdad, duda o pensamiento son adquiridas, como lo es la idea de alma. Incluso la idea de Dios es innata del intelecto, en el sentido de que puedo llegar a tener la idea de ser perfecto como reflejo de mi propia imperfección:

No resulta extraños que Dios, al crearme, haya puesto tal idea en mí, a fin de que fuese como la firma del artífice estampada en su obra; y tampoco resulta indispensable que dicha firma sea lago diferente de la obra en sí. Más bien, precisamente por ser Dios quien me hizo, en muy factible que yo, de alguna manera, haya sido hecho a imagen y semejanza suyas, y que tal semejanza, en la cual está contenida la idea de Dios, yo la perciba mediante la misma facultad que me permite percibirme a mismo.[16]

Así, pues, las anteriores afirmaciones buscan sostener que nacemos con la idea de Dios en el mismo sentido en que nacemos con la idea de nosotros mismos. Como reflejo de nuestras facultades mentales podemos generar la idea de un ser pensante, igual que hace Descartes en las Meditaciones, y por extensión podemos generar la idea de Dios. Lo que no podemos hacer es percibir a Dios en el sentido en el que percibimos el calor, el frío o los objetos físicos. El término innato del intelecto de Descartes es una manera de señalar el status epistemológico especial de algunas de estas ideas.


[1] DESCARTES, Rene. Reglas para la dirección del espíritu, Alianza, Madrid 1995. Pág. 101
[2] Ibíd., p. 80
[3] DESCARTES, Rene. Meditaciones metafísicas, Panamericana, Bogotá 2008. Pág. 28
[4] COTTINGHAM, John. Descartes: filosofía cartesiana de la mente, Universidad Nacional Autónoma de México, Mexico 1995. Pág. 218
[5] DESCARTES, Rene. Notae in programa, Texto no publicado realizado por Juan Pedro García del Campo. Pág. 32 y Notae programación quoddam de la Universidad de Nantes. Pág. 11
[6] COTTINGHAM, John. The Cambridge companion to Descartes, Cambridge, New York 1992. Pág. 218
[7] DESCARTES, Rene. Notae programación quoddam, Ob. Cit. Pág. 16
*En la bibliografía se adjunta el link de la traducción inédita al francés del texto latino “Notae programma quoddam“ también conocido en español como “Notas dirigidas contra un cierto programa”. Dicho link, por una brecha del lenguaje (desconocimiento del idioma francés) está embebido por la aplicación de Google translate del francés al español. Por último en lo que respecta a las citas se  encuentran apoyadas en la traducción anteriormente mencionada y en los apuntes de Juan Pedro García. Es por ello que en algunos casos la nota al pie está acompaña de dos referencias.
[8] DESCARTES, Rene. Notae in programa, Ob. Cit. Pág. 30.
[9] Ibíd., p. 79
[10] Ibíd., p. 79 y Notae programación quoddam pág12
[11] COTTINGHAM, John Ob. Cit. Pág. 223
[12] DESCARTES, Rene. Notae in programa, Ob. Cit. Pág. 77. y Notae programación quoddam, Ob. Cit. Pág. 11.
[13] DESCARTES, Rene. Meditaciones metafísicas, Ob. Cit. Pág. 52.
[14] DESCARTES, Rene. Notae in programa, Ob. Cit. p. 83.
[15] Ibíd., p. 77
[16] DESCARTES, Rene. Meditaciones metafísicas, Ob. Cit. Pág. 39.



Bibliografía.
BARROSO, Ana Gabriela. El racionalismo, El Cid Editor 2012
COTTINGHAM, John. Descartes: filosofía cartesiana de la mente, Universidad Nacional Autónoma de México, Mexico 1995.
COTTINGHAM, John. The Cambridge companion to Descartes, Cambridge, New York 1992.
DESCARTES, Rene. Reglas para la dirección del espíritu, Alianza, Madrid 1995.
DESCARTES, Rene. Meditaciones metafísicas, Panamericana, Bogotá 2008.
DESCARTES, Rene. Notae in programa, Traducido por Juan Pedro García del Campo no publicado.
MALINOWSKI, Syliane Autoconciencia y los límites de la razón: algunos problemas en la teoría cartesiana de la intuición de uno mismo, Anuario de filosofía Universidad autónoma de México. Junio 2008, vol.2 Disponible en internet: http://www.journals.unam.mx/index.php/afil/article/view/31541