lunes, 25 de abril de 2011

¿De quién es nuestro cuerpo?


La pregunta “¿De quién es nuestro cuerpo?” es un poco engañosa, al dar por supuesto un sentido dualista de la persona; es decir, hay un cuerpo y por otro lado hay otra instancia que es la que poseería el cuerpo: un nivel espiritual, alma o conciencia que serian las propietarias del cuerpo. Para plantear esta cuestión sin entrar en ese vicio occidental de estar siempre en búsqueda de certezas, surge una primera pregunta: ¿Quién decide sobre nuestro cuerpo estando vivos y tras nuestra muerte? De entrada se podría decir que es obvio que nosotros decidimos sobre nuestro cuerpo, pues somos seres soberanos, libres, con conciencia, etcétera. Pero de inmediato se nos vienen a la cabeza muchas situaciones en las que no está claro que nosotros podemos elegir libremente sobre él, y es allí donde empiezan todos los problemas.
Existen varios competidores que quieren reclamar nuestro cuerpo: uno de ellos es el Estado, el gran competidor en la propiedad de nuestro cuerpo. También Dios nos recuerda que no tenemos derecho a nuestra propia vida, que no podemos acabar con ella; las reclamaciones sobre el aborto o la eutanasia tienen que ver con que el cuerpo le pertenece a Dios sólo él puede decidir qué se puede hacer con él.
¡No nos engañemos! Cuando estamos trabajando es nuestro cuerpo aquel que nos beneficia: el locutor vende una parte de él: su voz; el obrero vende su cuerpo para convertirlo en medio de trabajo y la prostituta alquila su cuerpo para zacear el deseo de su cliente. Nuestro cuerpo se convierte en mercancía. Surgen pues, dos instancias sobre el cuerpo: una que lo posee y otra que lo alquila.
En la antropología de la religión se plantea como en muchos sitios, en tantas sociedades han sido los desposeídos los que siempre han acabado poseídos; es decir, los cultos de posesión suelen enganchar y complicar a grupos humanos cuyos miembros han descubierto que lo único que poseen es su propio cuerpo. En América Latina, los cultos de posesión se hacen fuertes cuando la gente se da cuenta que lo único con lo cuenta de verdad es con su cuerpo y que en últimas es el instrumento que le va a permitir continuar o cambiar su situación.
Por esto, muchos de los cultos de posesión acaban en revueltas populares, todo un grupo humano, un pueblo a veces el que se levanta, algunos de estos cultos han estado vinculados en grandes revueltas en toda la historia de la humanidad; como señala Lewis: “La propia orientación de Lewis consiste básicamente en tomar el chamanismo y los cultos de posesión de espíritus como "religiones de los oprimidos". Los cultos de posesión periféricos son, desde su punto de vista "Cultos de protesta", que permiten a individuos carentes de influencia política (especialmente a las mujeres) "defender sus intereses y romper, al menos temporalmente, con las cadenas que les atan a un espacio social residual".[1]
Cuando alguien descubre que únicamente tiene su cuerpo ¿qué es lo que puede llegar hacer? ¿Qué es el terrorista suicida, sino alguien que llega hasta las últimas consecuencias en este sentido? “tengo mi cuerpo y voy hacer con él lo peor que te puedas imaginar” podría ser; un fugaz pensamiento de un kamikaze.
En la antigüedad, en Cuba algunos esclavos se les cuidaba muy bien, pues se decía que la carne de esclavo salía costosa: gastos al traerlo desde África, cuantos morían en el camino con lo necesarios que eran y con el aguante para resistir ciertas tareas físicas que los indígenas no soportaban. Ahora bien, también se podría decir que en la actualidad las campañas contra el tabaco, el cáncer entre otras, no tienen que ver con la bondad del Estado, sino con que no le hagamos gastar, que no consumamos más medicamentos o tratamientos y, por ende, no gastar más sus irrisorios fondos.
Pero luego hay otro problema que ya no tiene que ver con el alquiler, sino con la propiedad del cuerpo: La cuestión de la venta de órganos. Si nosotros fuésemos en realidad dueños de nuestro cuerpo, podríamos venderlo, puesto que “me pertenece” (dejando de lado las implicaciones éticas-políticas que traerían consigo la legalización de la venta de órganos) Sin embargo, la venta no está permitida, está permitida la donación. La Legislación Colombiana está a favor de la donación de órganos y los trasplantes. La Ley 1172 de 1979, la Ley 73 de 1988 y el Decreto 2493 de 2004, que reglamentan los trasplantes y la donación de órganos en Colombia, contemplan que todas las personas son donantes, a no ser que en vida hayan expresado lo contrario por escrito, que toda persona mayor de edad puede portar un carné que le identifica como donante. Estas leyes regulan los centros hospitalarios donde se pueden realizar extracciones y trasplantes, establecen la gratuidad de la donación y los criterios para determinar la muerte encefálica.[2]
Entonces ¿el Estado debe funcionar con unos valores y aplicarlos para convertirlos en leyes? ¿A qué se apela cuando el estado dice: “Nuestros valores nos impiden que…”? ¿Por qué impedir que alguien venda una parte de su propio cuerpo?
Alguien podría entrar por la vía de la casuística y decir: “¿por qué está permitida la venta de semen o la venta de óvulos y no está permitida la venta de un riñón?” Además se podría decir que la gente que vende un riñón es porque su situación económica anda muy mal, pero entonces ¿qué hace el Estado ante este desesperado? Lo más seguro es que le diría: “Mire, usted está desesperado, lo siento, continúe desesperado, pero sin vender el riñón.” Por otro lado, los llamados ‘delitos sin víctima’ que se dan cuando la legislación castiga como delito determinadas actividades humanas en las que no hay víctima o donde la víctima es el mismo individuo sancionado. Por ejemplo, en algunos Estados es penalizada la ejecución en privado de ciertas prácticas sexuales prohibidas. En muchos países, el sexo anal u oral, las relaciones homosexuales y la prostitución son castigadas severamente.
Todo esto plantea una problemática al estar metiéndose el estado en nuestro terreno (nuestro cuerpo) y también se podría decir que el estado tiene que defender unos valores, pero ¿Cuáles son estos valores? !tendría que explicar cuáles son! El problema de fondo que invoca la filosofía política, es si el estado es neutral en materia valorativa en cuanto a las conductas de las personas. Lo que está haciendo el estado no es apropiarse por la voz del bien común, en el fondo se apropia del viejo papel de la iglesia de dictar normas morales y en nombre de lo que considere norma moral, prohibir y dictar leyes.
En efecto, el estado hace lo que le da la gana y no tiene porqué justificarse simplemente porque su autoridad en el fondo es autosuficiente.
Otro punto importante es la manera como el cuerpo, el exterior, lo sensible ha sido devaluado en nombre de los valores del interior, del alma, del espíritu, de tal forma que el cuerpo ha sido la gran víctima de esa distinción entre interior y exterior, el cuerpo es materia es corrupto y por tanto debe ser visto con desprecio. Nos cultivan una idea de alma, machacan nuestros cuerpos, los reprimen, los destrozan, los matan de hambre, los cortan a trozos pero nos dejan el alma para que encontremos en ella un refugio para relajarnos y pensemos que nos espera algún tipo de vida eterna o como mínimo una recompensa moral si nuestro comportamiento es “correcto”.
Esto demuestra que un poder político-religioso no teme al alma (de aquellos que administra), sino su cuerpo, la posibilidad de que de pronto ese cuerpo deje de tener alma y se convirtiera en pura musculatura, en puro esqueleto y salga a fuera a reclamar lo que le corresponde, una pesadilla de zombis, un mundo de cuerpos que buscan ser saciados. Son los cuerpos en pena los que obligan a la intervención del ejército, que fueron los disturbios de Francia en el 2005 con sus quemas de carros, sino unos tipos que se negaban a morir en vida, unos cuerpos en pena; eso era a lo que se les condenaba, como diría Spinoza: “Nadie sabe lo que puede un cuerpo”. Lo podemos imaginar, pero nadie lo sabe de verdad.
¿Si no somos dueños de nuestro cuerpo, que nos queda?
En el libro Inteligencia Colectiva: Por una antropología del ciberespacio, Pierre Lévy devela en un ámbito democrático cómo para lograr un buen ejercicio ciudadano es necesaria una educación que permita alcanzar la inteligencia colectiva y que ésta posibilite potencializar las cualidades humanas. En este sentido, sería correcto decir que la democracia no debería ser designada como el poder del pueblo, sino la potencia del pueblo, pues lo que quiere es reducir el poder y avivar la potencia que emerge del colectivo, una Demodinámica.
En la construcción social del cuerpo, Foucault quizás en una de sus propuestas principales plantea la relación que hay entre el poder y el cuerpo: "Pero el cuerpo está también directamente inmerso en un campo político; las relaciones de poder operan sobre él una presa inmediata; lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas ceremonias, exigen de él unos signos".[3]. El cuerpo que posee o cree poseer una indumentaria es un producto cultural resultante de las fuerzas sociales que ejercen presión sobre él. Este secuestro que el poder hace a nuestro cuerpo permite pensar que sólo en la medida en que recuperemos nuestra construcción social del cuerpo, podremos pasar a esa Demodinámica que plantea Lévy.
Entre Foucault y Lévy existen semejanzas que permiten clarificar la importancia de recuperar nuestro cuerpo y cómo entre tanta expropiación surgen válvulas de escape que permiten pensar que no todo está perdido. Por ejemplo, la relación entre los micro-poderes (poder de los cuerpos) y potencia (cualidad del colectivo). Para Foucault el cuerpo dentro de su individualidad tiene un pequeño micro-poder que entra en relación con otros micro-poderes, los cuales se manifiestan en diversos campos: el social, económico, político, religioso y cultural. A su vez, para Lévy la Potencia parte de lo individual para llegar al colectivo; es decir, permite potencializar las cualidades humanas y también trascender a un campo social, económico, político y cultural.
¿Qué hacer entonces? Es interesante cómo en Los cuerpos angélicos de la posmodernidad, Gérard Pommier plantea una visión desencantada de la tierra posmoderna, en la que existen unos habitantes; ángeles que han perdido el ideal, sin cielo, futuro, ni un mundo mejor por el que se pueda luchar, han perdido sus cuerpos angélicos; están deshabitados gracias a la caída de Dios, políticos y religiosos han perdido la comunicación que los unía. Los cuerpos con el soporte del ideal se fortalecen junto al vacío: “Los cuerpos se hacen etéreos, flotantes, translúcidos. Intentando recuperar su consistencia los sometemos a desdoblamientos, los agujereamos, buscamos marcarlos, pero estas marcas ya no tienen referente, resultan desligadas de los mitos y los rituales que antaño sostenían el ideal. El camino que entonces queda es el de un retorno al cuerpo mismo como única causa, como objeto de culto. Y esto porque no todos los ideales se han exterminado”[4]. Debemos regresar al cuerpo mismo como única causa, porque si no somos dueños de nuestro cuerpo, ¿qué nos queda?
¿Cómo hacerlo? Aquí es pertinente revisar la propuesta de Lévy e incursionar el espacio que emana de la inteligencia colectiva, aquellos mundos virtuales llenos de instrumentos de conocimiento en sí mismos, de autodefinición, de grupos humanos que pueden entonces constituirse en intelectuales colectivos autónomos y autopoiéticos, “En el espacio que emana de la inteligencia colectiva, yo encuentro así al otro humano, ya no como un cuerpo de carne, una posición social, un propietario de objetos, sino como un ángel, una inteligencia en acto – en acto para él, pero en potencia para mí”[5]
En la medida en que llevo mi cuerpo a la virtualidad y lo convierto en un “cuerpo angélico” (o imagen virtual), se establecen miles de relaciones de poder: ya no es mi cuerpo material el que posee ese micro-poder sino mi cuerpo angelical, que a su vez se conecta con miles para reclamar lo que le pertenece, una construcción social de un cuerpo que le pertenece para alejarlo de un poder que le somete.
Es importante aquí resaltar cómo recuperar nuestro cuerpo del poder que le somete permite no sólo llegar a la tan mencionada Demodinámica de Lévy, sino también a una inteligencia colectiva(fig1) que se manifiesta en la medida que “Sumergiendo mi o mis cuerpos diáfanos en el mundo virtual, percibo con un mismo movimiento no sólo lo que ya sé, sino también la extensión del posible conocimiento, que todavía me es ajeno y lo será quizás siempre: los conocimientos, las ideas y las obras de los demás. Mi cuerpo angélico en el mundo virtual expresa mi contribución a la inteligencia colectiva o mi postura singular en relación con el saber común. Ahora bien, este cuerpo angélico no alcanza jamás la extensión completa del mundo virtual que lo contiene y que es como el Ángel del colectivo”[6]
(Fig1)

Según Lévy, “Como Aristóteles decía que el alma es la forma del cuerpo, nosotros diremos que nuestra inteligencia es como la forma o la envoltura de nuestro mundo”[7]. Ese cuerpo intangible, el cofre de nuestra inteligencia que en la medida que se potencia no como nodo sino como actor social, destella aristas que interconectan en una inteligencia colectiva. En definitiva, podrán poseer nuestro cuerpo pero jamás podrán apropiarse de él.

[1]Morris, Brian, Introducción al estudio antropológico de la religión, Pg. 283
[3] Foucault Michel, Vigilar y castigar. Pág. 32
[5] LÉVY Pierre. INTELIGENCIA COLECTIVA por una antropología del ciberespacio. Pag 63

[6] LÉVY Pierre. INTELIGENCIA COLECTIVA por una antropología del ciberespacio. Pag 63
[7] LÉVY Pierre. INTELIGENCIA COLECTIVA por una antropología del ciberespacio. Pag 68